Desde hace casí 30 años Marcelo Morales navega con espíritu analítico las aguas del jazz y la música de calidad. Primero en la radio y luego en la web, «El Intruso» supo constituirse en una voz respetada dentro de la actual movida musical y sus encuestas anuales, de repercusión mundial, son un clásico de consulta ineludible. Aquí y ahora, músicos, oyentes y críticos, desfilan bajo la lupa del «intruso».
¿Qué conclusión podrías sacar sobre el jazz argentino, vos que lo venís analizando periodísticamente desde hace casi tres décadas?
Creo que si bien ha habido un crecimiento indudable, tengo la sensación de que en la actualidad no hay, a mi manera de ver, mucha autoexigencia en la mayoría de los músicos locales. También podría decirte algo similar con respecto a los oyentes.
Dejemos a los músicos de lado por un momento. ¿Donde observás la poca exigencia del aficionado?
Mirá, en este momento me acuerdo de un sketch de Les Luthiers en el que dicen que hoy en día la gente pone música de fondo para hablar, para cocinar, para comer… y que incluso hay quienes ponen música de fondo para escuchar música. Bueno, para mí escuchar música es otra cosa.
¿Por ejemplo?
Cuando escucho música hago eso: escuchar música. Cuando vos leés un libro no estás cocinando. Leés un libro. Bueno, para mí es lo mismo con la música. No hago otra cosa. Puedo ponerla de fondo, pero cuando escucho de verdad, hago sólo eso. Concentrado, atento a los detalles, volviendo atrás para ver cómo se hizo esto o aquello. Lo que sí hago generalmente es un primer paneo rápido antes de meterme a fondo. Después de tantos años uno puede hacerse una idea de cuán interesante (o no) te puede resultar el material. Cuando noto que estoy frente a algo distinto, arriesgado, molesto, poco explorado, mi entusiasmo aumenta.
¿Y cuándo un disco o una música no te gustan nada?
Cuando ves que lo que están haciendo es una mala fotocopia de algo que se hizo y bien hace 50 años. En ese caso lo más probable es que lo deje y me ponga a escuchar los originales.
¿Qué pedís como oyente cuando te situás frente a una nueva obra o un proyecto nuevo?
Lo que yo quiero es que me sorprendan. Que me den algo nuevo, una mirada distinta. Y eso se enlaza con lo que decía de la poca autoexigencia que observo. Busco riesgo y creatividad. Y no sólo en la ejecución, sino también en la composición, en los arreglos. Es más… me animaría a decirte que, al menos en principio, me interesa más la intención que el resultado final. Yo necesito la del mago que mete la carta firmada en una lata de tomates cerrada. Y eso pocas veces pasa. Y me resulta extraño en una música como el jazz, donde un componente básico es la improvisación y el riesgo. Últimamente me sorprendo poco y eso me apena. No entiendo el miedo al riesgo en músicos que tienen con qué… Un ejemplo reciente de lo que yo espero es lo que hizo Marco Sanguinetti con “Ocho” su último disco. O lo que hizo Marcelo Moguilevsky con “Buey solo”. O propuestas como las de La Mujer Barbuda, Resistencia Chaco, Nicolás Sorín, Candelaria Molina, Pablo Ledesma o Wenchi Lazo. Eso es lo que quiero. En el jazz o en cualquier otro estilo.
¿Y qué te pasa con los standards?
Tengo todo un tema con los standards. No me gusta cuando se le da un tratamiento similar al que le dio el autor. Si vas a tocar “Round Midnight” respetándolo ciento por ciento, a mí no me interesa. Porque no vas a poder repetir y mucho menos mejorar la entrada de Coltrane. A menos que hagas algo como lo que hicieron con la música de Monk el bajista Jamaaladeen Tacuma y el saxofonista Wolfgang Puschnig, con percusión marroquí, en “Gemini – Gemini”. Eso sí es algo distinto. Por eso cuando (Adrián) Iaies comenzó a meterse con el tango a mí me entusiasmó mucho. Pensé y pienso, además, que es una buena manera de acercarle esa música a un público distinto.
Pero meterse en terrenos inexplorados no está al alcance de todos los músicos, aunque hablemos jazz.
Para mí el jazz es romper barreras. Y un ejemplo de esto que quiero decir lo tenés en Miles Davis. La discografía de Miles la tenés que clasificar por décadas. Porque no era el mismo músico ni la misma música en los años 50 que en los 60 o 70 u 80. Te puede gustar una más que otra. Pero lo cierto es que el tipo nunca se quedó, sorprendía todo el tiempo. Y entonces tenés “Kind of Blue” y “Doo Bop”. Otro que para mí transita el camino del riesgo y la creatividad es Anthony Braxton. Para mí eso es talento. Ansias de superación, mucho trabajo, esfuerzo, coherencia, amor por tu propio arte… eso es lo que yo siento que le falta a buena parte de los músicos de acá. Aunque sepas que no la vas a pasar bien. Como le ocurrió a Piazzolla o a Manolo Juárez. No la pasaron bien. Y sin embargo siguieron haciendo lo que querían, lo que necesitaban hacer. Eso los convierte más que en músicos, en verdaderos artistas.
De todas maneras esta falta de riesgo, de permanencia en una zona de confort que señalás, se da también en Europa e incluso en Estados Unidos, donde están los inventores de la movida…
Sí, pero vos pensá que los grandes del jazz creaban cuando no había nada y arriesgaban todo el tiempo. No es cuestión de intentar ser un émulo de, digamos, Coltrane e intentar versionar respetuosamente “My favorite things”. Fijate por ejemplo lo que hizo Wadada Leo Smith respecto a Miles Davis, reformando la música de los ‘70, con Henry Kaiser en guitarra en el proyecto “Yo Miles!”. Así demostró su admiración. Hizo con la música de Miles algo que seguramente a Miles le hubiera gustado. Ése me parece el camino. No la copia de lo que Miles tocó hace 60 años.
¿No sucede también que se forman determinadas «tribus»… músicos que siempre tocan con los mismos músicos? Eso tampoco propicia el riesgo…
Pero no siempre es así. En Estados Unidos, por ejemplo, tenés a Mary Halvorson que convoca a Taylor Ho Bynum para un proyecto suyo y toca de determinada manera. Pero los roles y la propuesta son diferentes cuando es Ho Bynum el que convoca a Mary Halvorson. Eso es justamente lo que creo que no pasa muy seguido aquí. En general, cuando A convoca a B se repite casi la misma propuesta que cuando B convoca a A. Cuesta distinguir al líder, porque la propuesta no difiere demasiado. Como si se hubiese encontrado una fórmula que se reitera. A menudo me ocurre que al escuchar un disco de jazz argentino me pregunto de quién es. No abundan las voces distintivas, las propuestas innovadoras. No digo que esté mal, simplemente te cuento mis sensaciones. En cambio celebré la edición de “Arca rusa”, del trío de Pipi Piazzolla. Lo que hace allí no tiene nada que ver con Escalandrum, banda de la que es líder. No hizo la fácil. Buscó y arriesgó. Y en este caso, además, el resultado final fue buenísimo.
¿Y las cantantes? ¿Escuchás cantantes de jazz argentinas, te gustan?
Voces excelentes hay muchas. Pero que transmitan algo, muy pocas. Me gustan algunas cosas en vivo de Roxana Amed, por ejemplo. También la búsqueda que hace Eleonora Eubel. Ahora, una cantante que para mí puede cantar lo que quiera es Sofía Rei. Tiene una presencia escénica impresionante y un gran talento interpretativo que la llevó a ser convocada por, entre otros, John Zorn. Es una intérprete enorme. Otro ejemplo para mí, pero dentro del folclore, es Liliana Herrero. A mí, como oyente, Liliana Herrero me llevó de la mano y me hizo conocer a mucha gente. Hizo duetos con Iaies, se metió con el rock y el tango, ahora está tocando con Martín Pantyrer, lo que hizo con Juan Falú es impecable… Liliana Herrero transmite. Interpreta. Disfruta.
Hemos hablado de música y de músicos. Decime algo sobre los críticos, sobre el periodismo especializado en jazz, por ejemplo…
Yo creo que acá la crítica es, en general y salvo algunas excepciones, muy benévola. No puede ser que todo esté bien, que todo lo que acá se publica sea extraordinario y que el jazz argentino sea la NBA de la música nacional. Yo escribo lo que siento, lo que me parece, y en varias ocasiones me pasó que algunos músicos, lejos de enojarse, fueron muy generosos en sus devoluciones con las críticas que les hacía. Me pasó, entre otros, con Mariano Otero, Ezequiel Finger, Adrián Iaies y Mariano Loiácono. Algunos se han enojado, es cierto también. Yo creo que hay una manera de marcar cosas. No destruyendo, porque no sirve. Pero tampoco ayuda no marcar lo que creés que no está bien y hacerte el tonto diciendo algo que no es. La condescendencia y la obsecuencia van a contramano del crecimiento.
“El Intruso” lleva años en la web y sus encuestas anuales son hoy un clásico. ¿Cuándo comenzaste y cuál fue la idea que los motivó a cubrir un espacio que hasta entonces no existía?
El Intruso comenzó como programa radial en agosto de 1986, bastante antes que el sitio, que originalmente era algo así como una apoyatura del programa. La motivación fue intentar mostrar que había “otra música”, muy diferente a la impuesta por el mercado o las compañías discográficas. No nos fijamos tanto en los estilos; hemos difundido tanto jazz como rock, pop alternativo, tango, folclore y clásica contemporáneos y varios etcéteras. Hace unos años que no estamos al aire por motivos diversos, pero tenemos la intención de regresar algún día, cuando las situaciones (propias y ajenas) lo permitan. La radio me permitió conocer a personas maravillosas con las que, además de trabajar, hemos forjado fuertes vínculos de amistad que aún hoy perduran: Horacio Magnacco, “Pepe” Terminiello, Héctor Armas, Emiliano Sobrado, Pablo Román, Jorge Argento… verdaderos hermanos de los que (lo digo con orgullo) aprendí mucho y me han hecho mejor persona. Actualmente estamos muy orgullosos del reconocimiento y repercusión del sitio no sólo en el país sino (y te diría que fundamentalmente) en Estados Unidos, Europa y Japón, lugares donde se nos brinda un lugar de privilegio que nos ha sorprendido, replicando los resultados de las distintas encuestas y tomándonos como referentes a la hora de reflejar lo que sucede con la música creativa contemporánea. La verdad es que año a año recibimos una consideración y un respeto, tanto de colegas como de músicos de distintas partes del mundo, que nos sorprende y enorgullece. Y si hablo en plural es porque nada sería posible sin el aporte, cariño, tenacidad, empuje, pasión, tozudez, creatividad y talento de Sergio Piccirilli, otro hermano elegido y responsable principal (más aún que yo) de que “El Intruso” siga existiendo.
El Intruso es, probablemente, uno de los espacios más importantes para estas músicas. Y teniendo en cuenta programas de radio y publicaciones en papel actuales. Tiene una calidad y apertura poco frecuentes. Es una suerte que tengamos a Morales y a sus secuaces de nuestro lado.
Genial la nota.
Lobo