Siempre hay un principio. Esa primera apuesta a un futuro impensado. Y el jazz no es la excepción. Porque todas las figuras de hoy tuvieron su oportunidad en algún ayer. Cuando fueron convocados para un proyecto, la noche en que descubrieron que el escenario era su lugar o quizás el día en que grabaron su primer disco. Este resumen, caprichoso y arbitrario, rescata cuatro de esos tempranos registros. Cuando Iaies, Cavalli, Lastra y Otero fueron padres primerizos de un proyecto personal. El inicio de una historia colmada de música.
Nostalgias y otros vicios. Adrián Iaies
Con más de 25 discos a su nombre (uno de ellos triple), Adrián Iaies es uno de los músicos más prolíficos de la escena local. Su discografía contiene una interesante variedad de formatos. Desde el solo piano de Goodbye, (Rivorecords 2013); al dúo de Nikli Song (20misas, 2017) con Mariano Loiácono o en Como si te estuviera viendo (20misas, 2016) con Rodrigo Agudelo; hasta su único registro con cantante, el Cinemateca Finlandesa (Acqua Records, 2010) con Roxana Amed, además de sus variantes de dúos o tríos con y sin batería.
Ese fructífero camino tuvo un comienzo. Y ocurrió en la La Scala de San Telmo, un día de marzo de 1998, cuando Iaies ingresó por primera vez para afrontar un compromiso como líder de su propio proyecto. Y así, secundado por Oscar Giunta en batería y Paco Weht en contrabajo y con Víctor Skorupski en la consola, dio a luz Nostalgias y otros vicios, que S-Music editaría sobre finales de ese mismo año.
El repertorio estaba compuesto por un puñado de tangos clásicos, como los gardelianos Volver y Mi Buenos Aires querido; junto a Nostalgias y Los mareados, ambos de Cobián y Cadícamo, Malena de Lucio Demare y Homero Manzi y Dia de Reyes, el único tema de su autoría.
A este disco le seguiría un año después el doble Las tardecitas de Minton´s, un registro emblemático en la obra de Iaies, que desde su título homenajea la disquería regenteada por Guillermo Hernández, que muchos años después, ya desde la porteña a Avenida Corrientes, sigue surtiendo de muy buena música a los melómanos locales. En cuanto a Iaies, el resto es historia conocida…y de la buena.
La entrega. Ricardo Cavalli
Diciembre del 2002 no era seguramente el mejor momento para editar el disco de un saxofonista, que si bien tenía la consideración y el respeto de sus pares, no era aún un músico ampliamente conocido por el aficionado, de la manera en que si lo fue años después. Lo cierto es que el disco salió. Se llamó La entrega. Fue el primer trabado del saxofonista como líder y todo debido a un pequeño milagro, como un oasis en tiempos turbulentos.
La historia es así. A la salida de un show en Thelonious, una espectadora que se identifica como Silvia Zapico le pregunta a Cavalli si existía un disco con la música que acababa de escuchar. Ante la negativa del saxofonista, la mujer le manifiesta su intención de producirlo.
“Nos juntamos a charlar poco después, recordó Cavalli. Yo iba sin ninguna expectativa. Le aclaré que esto no era un negocio y que no iba a recuperar su dinero. Me dijo que no había ningún problema, que afinara los números, que ella iba a crear un sello discográfico para editarme. Y cumplió con todo, a pesar de que en el medio vino el lío financiero y el dólar se fue de uno a cuatro pesos. Los discos se vendieron todos, pero no creo que haya recuperado su dinero. Eso sí, cumplió absolutamente con todo lo que me prometió”
Hoy ese disco, nada fácil de encontrar, es un verdadero testimonio del crecimiento del artista. Contiene nueve temas, todos de su autoría, que Cavalli nunca recreó en discos posteriores, a excepción de La cara de la deidad verde, que con su nombre en inglés aparece en el trabajo posterior: Súndaram. Lo acompañaron en esa aventura inesperada Guillermo Romero en piano, Guillermo Delgado en contrabajo y Diego Lutteral en batería. Luego de aquel debut, Cavalli editó otros cuatro discos a su nombre: Súndaram (Emi 2004), Trinidad (Indep. 2008), For the Guv´nor Suite (Indep) y Heart to heart (Rivorecords 2012) junto al norteamericano George Garzone; con los que terminó de edificar su prestigio.
A través. Mariano Otero
El 2003, uno de los tantos años difíciles para la cíclica historia argentina, Fernando Tarrés editaba en su sello BAU los mejores registros de la nueva generación del jazz en el país. Entre ellos A través, el debut como líder de Mariano Otero.
Para la ocasión el contrabajista se había rodeado de un verdadero seleccionado de jóvenes figuras: Enrique Norris en corneta, Rodrigo Dominguez, recién venido del Quinteto Urbano, en saxos; un ascendente Luis Nacht en vientos acompañado por Martin Pantyrer, Juan Pablo Arredondo en guitarra. Ernesto Jodos en Rhodes, Carto Brandán en batería y toda una promesa en el piano, el joven santafesino Francisco Lo Vuolo.
El trabajo constituyó toda una sorpresa en el ambiente local. Generó innumerables críticas positivas, fue elegido el mejor disco del año por el diario La Nación y fue ternado para el premio Gardel en el rubro jazz, que finalmente obtuvo Luis Salinas. Pero más allá de eso, le permitió a Mariano Otero, transitar sin altibajos el arduo camino que separa una promesa de una innegable realidad.
Un año después Otero emigraría a EMI para editar su segundo registro D.Forma, y realiza una gira por Miami y Nueva York al frente de su quinteto. Es nominado para los premios Clarín y convocado para el festival internacional de Lapataia en Punta del Este, en enero de 2005. A partir de allí el camino para Mariano Otero fue siempre ascendente.
Siete matices de gris. Carlos Lastra
El 2003 marca el debut discográfico de Carlos Lastra, hoy un referente indiscutido para las nuevas generaciones. El saxofonista había regresado a Buenos Aires en 1986, luego de finalizar sus estudios en el colegio Berklee, de Boston. Pero poco después, desencantado con la escena local, decidió radicarse en Río Negro.
“En esa época – recuerda– estaba tocando en el grupo de Hernán Merlo, con quien estuvimos en el Festival de los Siete Lagos, y también en el grupo de Ernesto Jodos. Yo había decidido no tener proyecto propio después de varios entredichos con los dueños de algunos locales. Por eso en 2002 me fui a Bariloche a dirigir una escuela de música popular, para la que me habían llamado”.
Pero la insistencia de sus colegas puede más y finalmente Lastra regresa a la ciudad capital y comienza a preparar Siete matices de gris, el disco que marca su inicio como líder, una obra personal en donde seis de los siete temas que la integran son de su autoría. Para ese trabajo, que editaría bajo el sello Uanchu, Lastra reunió a un puñado de los músicos más pujantes de entonces: Hernán Merlo (quien lo había incentivado para que regresara a Buenos Aires), Enrique Norris, Marcelo Blanco y Ernesto Jodos, nombres que se reiteran en cada intento por rastrear aquellos inicios.
Con la perspectiva que dan los años, podría decirse que aquella no fue solo la reconciliación de Lastra con la escena porteña sino también el primer eslabón de una sólida carrera artística que se extiende hasta la actualidad. Y que por cierto ha dado trabajos referenciales para el jazz local, como las dos placas que grabó para Rivorecords: el doble The Inch Worm, en vivo en el Café Vinilo y A Child is Born, ambos en 2011 con formación de cuarteto. Completan su discografía Despedida, (2012) con Leonel Cejas, Francisco Lo Vuolo y Sebastián Groshaus y Letanía (2019), con su cuarteto junto a un ensamble de vientos.