Con cuatro discos editados, Los Dorados se consolidaron como la banda más transgresora de la escena jazzera mexicana, ampliando las fronteras de género y estilo. Mientras los críticos los definen como los King Crimson latinoamericanos, Los Dorados siguen su camino y preparan su primera gira europea. El saxofonista y fundador del grupo, el argentino Daniel Zlotnik, explica las razones del fenómeno.
Entrevista: Fernando Ríos
Cuanto hace que estás en México y porqué decidiste emigrar allí?
Estoy hace12 años. Llegue sin conocer a nadie, cargando saxofones. Tenía 23 años y muchas ganas de conocer otros horizontes. Nunca había vivido en otro lado que no sea Buenos Aires. Había viajado, pero nunca había vivido en otro lado. Llegue pensando que en una ciudad tan enorme, con 40 millones de personas, tendría que haber gente que haga el jazz que a mí me gusta. Yo quería tocar y experimentar.
Y no conocías a nadie, ni siquiera por referencias?
Tengo un amigo que estaba viviendo aquí y hacía música pop. Aún la sigue haciendo. El me alentó. Me dijo ven que yo te consigo trabajo. Han pasado 12 años y todavía no me consiguió nada, pero yo no pierdo las esperanzas (risas). También conocía a Hernán Hetch. El llegó antes que yo. Llamé a Hernán y me dio algunos contactos. Allí comencé a conocer gente. Una noche me metí en una jam y allí en esta ciudad de 40 millones de habitantes conocí los primeros diez tipos que tenían mis mismas inquietudes estéticas. Con ellos empecé a tocar en clubes. Uno de esos primeros amigos mexicanos, es Carlos Maldonado, el bajista de Los Dorados. Así, casi al llegar, conocí a la escena del jazz en México y desde entonces no he parado.
Qué es lo primero que te llamó la atención de la escena jazzística mexicana?
Aquí está la Escuela Superior de Música. Una casa colonial hermosa. Básicamente se enseña clásico, pero por capricho de su director se hizo una cátedra de jazz. En aquel momento fue la única del país. Allí se hacía una vez por año un festival en beneficio de la escuela y tocaban todos. Estaban los mejores músicos del país, aquellos que tenían discos y shows, pero también tocaban los que recién empezaban. Todos actuaban gratis para la escuela. Entonces podías conocer a todos. Eso para mí fue una novedad. Yo venía de la Argentina, en donde había una diferencia muy marcada entre los maestros y los alumnos. Aquí no pasaba eso. Quizás porque había tanto trabajo, tantos bares, lugares donde tocar, y un día tocabas con un pianista que había estado en Berklee. Pero al segundo día ese pianista no pudo ir y tenías de compañero a un alumno de la escuela. Eso hacía que la escena tuviera mucha movilidad.
Y cómo fue que se formaron Los Dorados y grabaron tan rápido?
Me hice muy amigo de Carlos Maldonado, como te contaba y el me presentó a Demián (Gálvez), que venía de tocar y estudiar en Nueva York y a Rodrigo (Barbosa) a quien conocía de las jams en los bares. Comenzamos tocando standars pero pronto Demián y Rodrigo acercaron temas propios. En cuanto tuvimos seis o siete temas, la idea fue grabar. Yo les decía que estaban locos. Cómo íbamos a grabar si no teníamos un peso. Bueno juntamos algo, nos endeudamos y conseguimos tres días de estudio. Teníamos un día y medio para grabar y un día y medio para mezclar. Así sacamos “Vientos del norte”. Hicimos mil copias. Muy artesanal. Por suerte fue bien recibido y nos abrió muchas puertas. Nos hizo conocidos en el ambiente del jazz, del rock e incluso del cine.
Y les permitió abordar un segundo trabajo de manera profesional.
Si. Un día nos vino a ver el productor Jerry Rosado, dueño de la disquera “Intolerancia”. Alguien muy conectado con el circuito de festivales y con las salas. Vio el show, le gustó y nos ofreció grabar un nuevo disco. Nos preguntó que necesitábamos y nosotros le pedimos grabarlo en una de los mejores escenarios de México. Como si te dijera el Colón de Buenos Aires. Y él nos dijo, está bien, que más? No lo podíamos creer. Recién comenzábamos, endeudados por grabar nuestro primer disco y ahora Rosado nos preguntaba que necesitábamos. Pero nuestra suerte siguió. Cuando fuimos al estudio para grabar “Turbulencia” nos comunican que habíamos ganado una beca del Fondo de Cultura mexicano para grabar. Fue increíble. Vivíamos con dos pesos y de pronto estábamos grabando un disco que producía Jerry y además ya teníamos el dinero para grabar otro.
El segundo disco muestra grandes diferencias respecto del primero. ¿Cuáles son para vos las más notorias?
En “Turbulencia” se ve claramente la separación del sonido con la tradición del jazz. En el primero queríamos parecer una banda neoyorquina. Cuando grabamos este segundo disco ya teníamos mucho rock en nuestra cabeza. Estábamos en un estudio donde se grababa rock y con un productor que venía de ese palo, no del jazz. Fue un despegue. Yo por ejemplo me compré un delay y comencé a usarlo en el saxo. Buscaba que el saxo no sonara a saxo. Cada vez me gustaba más quebrar esos límites. Quería salir de eso de que sólo se puede tocar una nota a la vez. Entonces tocaba una nota, esperaba el delay y tocaba encima de la primera. El bajista hizo lo mismo con su instrumento. Una locura. Quemamos todos los puentes que nos unían con la policía del jazz.
En el tercer disco, “Incendios”, invitan al trompetista vietnamita Cuong Vu. ¿Cómo se gestó y qué los motivó a convocar a un músico tan particular?
Bueno, como te contaba, grabamos el disco con Jerry y nos quedaba el dinero de la beca. Pensamos qué hacer con eso y un día Demían dice, invitemos a alguien a grabar. Entonces pensamos en traer alguien que nos guste a todos y que no tocara los instrumentos que ya tenía la banda. por entonces todos estábamos alucinados con un disco de Cuong Vu y con su sonido. Esto del ruido como parte de la música. Le mandamos un mail. Le cotamos que amábamos sus discos y queríamos grabar con él. Respondió al día siguiente: “No grabo discos que no me gustan. Quiero escuchar lo que hacen”. Le mandamos nuestros dos discos y a la semana nos respondió que si, que se sumaba. Es el tipo más sencillo y amable del mundo. Vino, se sumó a nuestro proyecto, grabó y además hicimos diez días de shows. Fue tremendo.
Y cómo fue la grabación con Cuong Vu?
El proceso previo a su llegada fue muy tensionante. Faltaba un mes para la grabación, íbamos a recibir a un artista internacional, alguien que no hablaba nuestro idioma, que no conocíamos personalmente y no teníamos ni un solo tema. Habíamos grabado todo lo que teníamos en nuestros dos discos anteriores. Y yo quería llevarle a Cuong la música perfectamente escrita. Fue un mes intenso y entonces llegamos a la conclusión de que todos teníamos que componer. Y lo hicimos. Llegamos perfecto. Yo hice un par de temas. A Cuong lo emocionó saber que todo estaba escrito especialmente para él. Para que interpretara esa música con su estilo y la hiciera suya. Y todo fue increíblemente bien.
Qué es lo que más te llamó la atención de un músico de ese nivel?
Tiene una idea más práctica de la música. Yo pensaba que artistas como él, tenían una idea más poética del arte. Y el llegó y dijo, “yo no soy un trompetista infalible. Si me equivoco o toco mal no paren. Todo lo que no funcione bien lo vamos a grabar de nuevo”. Eso nos dio una enorme tranquilidad. En lo personal, recuerdo que estaba muy preocupado por los solos que teníamos que hacer juntos. Y el me liberó de eso. Me dijo, “yo se que nos estamos escuchado, pero no hace falta que nuestros caminos se encuentren siempre. Desarrollá tu idea, más allá de lo que yo esté haciendo. No cambies tu discurso por mi”. Y eso me dejó muy tranquilo.
Dos años después sacaron “Good Evil”, donde gana más espacio el rock y la electrónica…
El último disco es un paso adelante y para nosotros significa que ya no hay vuelta atrás. En aquel momento, habían comenzado a crecer nuestras carreras individuales. Todos empezábamos a tener distintos proyectos. Nos llamaban para hacer música de películas, a trabajar con otros músicos, a colaborar con discos de otros grupos de rock. Teníamos, y seguimos teniendo, una agenda complicada. Por eso dejamos el DF para poder grabar sin interrupciones. Es nuestro disco más jugado. Hay temas que tienen tres baterías sonando a la vez. Yo agregué el clarinete bajo a mis saxos. Hay mucha compu allí. Pusimos secuencias. Loopeamos. Tocamos arriba de las grabaciones. Hay mucha posproducción, también. Igual yo sigo pensando que la verdadera personalidad de Los Dorados es el vivo. El disco es un momento, una fotografía. Pero el verdadero sentir de una banda como la nuestra es el escenario. De eso no tenemos dudas.
excelente reportaje, Anahí Zlotnik, la tía de Dan,