«Gente con swing», un libro como una reunión de amigos

Periodista, escritor, difusor incansable de la buena música a través de su sello BlueArt, Horacio Vargas acaba de lanzar «Gente con swing», una acertada compilación de textos jazzeros, que reune talentos de distintos tiempos y espacios. Desde Sergio Pujol, Juan Sasturain o Diego Fischerman, hasta Carlos Sampayo, Juan José Saer o Beatriz Sarlo, brindan textos únicos, especialmente recetados para «Gente con swing».

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Hay libros que establecen un diálogo intenso con el lector. Los hay también meramente informativos. Algunos invitan a la reflexión, otros transmiten vivencias, historias de vida o de viajes. Interiores y de  los otros. Pero hay unos pocos que son como una reunión de amigos.

Libros que encierran en sus páginas charlas interminables, como esas donde se polemiza hasta la madrugada  sobre las formaciónes de los Jazz Messengers de Art Blakey  y o si el mejor Miles era acústico o eléctrico. Dos de los cientos de temas cruciales para aquellos que hacen honor a lo que Antonio Dal Masseto definía como  ”la sagrada cofradía de la complicidad”. Y esa cofradía que afronta las distancias, es la que compila Horacio Vargas en su interesante  “Gente con swing”, editado en Rosario por Homo Sapiens.

Y es en esta apasionante charla de “Gente con swing” donde Sergio Pujol sorprende con un perfil  infrecuente de Chico Novarro, mientras Juan Sasturian da cuenta del cruce entre Lennie Tristano y un ficticio Milton Paniagua, un pianista de jazz boliviano, a lo que Diego Fischerman responde con otro encuentro, este real,  entre el nobel  Kazuo Ishiguro y Stacey Kent, su cantante preferida.

En otro extremo de la mesa Pablo Gianera reflexiona con fundamento y en voz alta sobre el arte de la improvisación, mientras a su lado Eduardo Hojman desanda los caminos del hard bop y Marcelo Cohen deja por un instante su pasión novelística para sumergirse en la jazzística y abogar por el talento del pianista Eduardo Elia.

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Más acá, el experto «ladrón de discos», Carlos Sampayo reflexiona sobre el jazz como objeto literario, Cesar Pradines nos lleva de la mano a Nueva York y José Luis Cavazza da pormenores del insólito viaje de Joe Lovano a Rosario, buscando a sus primos perdidos.

Mientras, y con la guitarra a un costado de la mesa, Guillermo Bazzolla trae un acertado reconocimiento a Horacio Malvicino, mientras Jonio González retruca con otras seis cuerdas, la de Johnny Smith.  Y si se habla de trompetistas, Hermenegildo Sábat reafirma su idolatría hacia el gran Dizzy Gillespie a la par que Rafael Filippelli invoca a uno de sus discípulos, el inigualable Miles. Al fondo Juan José Saer evoca a un trompetista de neón en la noche de Montparnasse, en recuerdo de aquel viejo amigo que le hizo conocer el jazz.

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Hay también un espacio para los rosarinos Rubén “Chivo” González y su mirada nostálgica que hermana en el tiempo a Gustave Flaubert con Ernst Berendt;  Gary Vila Ortiz y su búsqueda jazzera en cualquier expresión artística o el deslumbramiento adolescente de Raúl Acosta, cuando por primera vez escuchó a Art Tatum en un viejo tocadiscos casero.

“Escuchar jazz es recordar el jazz escuchado” dice Beatriz Sarlo. Y quizás allí radique uno de sus  atributos. Nunca se está solo al escuchar jazz.  Legiones de músicos precedentes acompañan al que hoy nos ofrece su arte. Las futuras generaciones tomarán otros puntos de partida para comenzar su propio camino.

Por eso el jazz, el arte camaleónico por excelencia, está lejos aún de escribir su capítulo final. Porque donde quiera que dos jazzeros se crucen, surgirá la complicidad, la evocación, el debate y el deseo de que la música no se detenga.  Y así será. Porque siempre habrá “Gente con swing”.

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