Pocas veces en la historia de la práctica musical en la Argentina, dice Sergio Pujol, se produjo una irrupción tan torrencial de músicos jóvenes capaces de combinar virtuosamente rigor técnico con imaginación artística. El texto del historiador platense que aquí se reproduce, prologa el libro Un panorama del Nuevo Jazz Argentino (2000-2020), editado por Gourmet Musical que reseña, a modo de crónica, la evolución del género en las dos últimas décadas. La edición se completa con una discografía esencial y detallada de más de 700 registros del período.
Por Sergio Pujol
En el prólogo de Playing Changes. Jazz para el nuevo siglo, el crítico norteamericano Nate Chinen afirma que, volátil y fecunda, la escena contemporánea del jazz ha superado las viejas antinomias binarias. En efecto, ya no escuchamos, como sucedía hasta no hace mucho tiempo, las acaloradas y fatalmente minoritarias discusiones en torno a la identidad jazzística de un músico o grupo. Sin embargo, otras disputas, acaso más productivas, han reemplazado a aquella en torno al “verdadero jazz”.
Por un lado, muchos se preguntan por qué, siendo proactiva su escena actual, al jazz se lo sigue pensando (y escribiendo) en tiempo pasado, o en todo caso alrededor de sus figuras icónicas. ¿Nos cuesta memorizar los nuevos nombres? ¿Realmente creemos que el último genio fue John Coltrane? (En tal caso, ¿por qué pensar la música a partir de la idea romántica del genio creador?). Por otro lado, avanzan discusiones respecto a los gentilicios nacionales o regionales de un género cuyo origen y contexto originales son tan indiscutibles como su ubicuidad planetaria. ¿Sigue siendo la cultura jazzística norteamericana el centro dominante que todo jazzero sueña con alcanzar? ¿Existe un jazz “nacional” o “étnico” más allá de los meritorios empeños de músicos que no frecuentan los clubes de Manhattan?
Fernando Ríos ha escrito el libro que necesitábamos para conocer el nuevo jazz argentino y así poder participar, desde acá, de las problemáticas antes mencionadas. Es posible, como también sugiere Chinen, que la idea misma de una definición genérica resulte hoy más difícil que nunca. Consciente de la doble dificultad de definir al jazz a secas y al jazz argentino, y al mismo tiempo convencido de que existe un “nuevo jazz”, Ríos traza un mapa completísimo de nombres y tendencias que parece hablar por sí mismo. Parte de los años noventa del siglo XX como punto de clivaje y se adentra en algo más de 20 años de historia musical hecha de una fascinante pluralidad de voces.
El criterio generacional es utilizado aquí de modo libre. Músicos como Hernán Merlo, Guillermo Bazzola, Adrián Iaies, Ernesto Jodos, Javier Malosetti o los integrantes del Quinteto Urbano protagonizaron el cambio de siglo y sentaron las bases de la gran renovación, pero no por ello han dejado de ser coetáneos –interlocutores– perfectos de las nuevas camadas. Pocas veces en la historia de la práctica musical en la Argentina se produjo una irrupción tan torrencial de músicos jóvenes capaces de combinar virtuosamente rigor técnico con imaginación artística.
La lengua es la misma pero los matices dialectales, por así decirlo, son incontables. Los referentes internacionales no han menguado su influencia –finalmente, la idea de la improvisación y el swing como raíces de una lingua franca trashumante es bella y necesaria–, pero el jazz también tiene una historia argentina. Una historia argentina de larga duración, y otra más reciente.
¿Cómo no pensar en Pablo Ledesma cuando escuchamos la improvisación libre de Camila Nebbia? ¿Cómo no relacionar el jazz-rock de Pájaro de Fuego con las virtuosas invenciones de Juan “Pollo” Raffo? ¿Acaso Mariano Loiácono no tiene tanto de Juan Cruz Urquiza como de Clifford Brown? ¿Hace falta recordar que, desde su mismo nombre, el grupo Escalandrum abreva en el jazz contemporáneo al mismo tiempo que venera la música de Astor Piazzolla? ¿Cuánto de “argentino” tiene el intenso estilo de Leo Genovese?
Quizá no corresponda hablar de influencias directas. Quizás haya que pensar en relaciones de contingencia: una comunidad transitoria habitada por gente de jazz de un mismo país, en una misma época. Se conocen y se escuchan. Unos oyen hablar de los otros. Van a los mismos conciertos de artistas internacionales. Comparten escenarios, sellos discográficos y problemas… ¿No basta eso para definir una escena?
Con enorme pericia, a manera de etnógrafo urbano, Ríos registra con precisión y bonísima data un acontecer, una marcha que no cesa ni cristaliza, salvo en esos discos que documentan los pequeños grandes pasos que dio el jazz en estos últimos años. Editor de la revista online Argentjazz, Ríos dispone de un notable corpus de entrevistas a los principales músicos argentinos activos en el siglo XXI. Ha sabido auscultar sus proyectos, sus inquietudes, sus sueños.
En crescendo cronológico, pero también anclando parcialmente en las más diversas facetas del nuevo jazz (composiciones, producción independiente, espacios urbanos, vínculos con el tango y el rock, mujeres jazzeras, Capital/provincias, emigrantes/inmigrantes, soportes y streaming, etc.), Ríos describe los contextos políticos y socioeconómicos sin los cuales los avatares del jazz al sur serían incomprensibles. La crisis de 2001, tras la implosión de la convertibilidad. La debacle social y la recuperación posterior a 2003. La tragedia de Cromañón y sus efectos negativos sobre la disponibilidad de espacios de música en vivo en la ciudad de Buenos Aires. Los fastos del Bicentenario –ausencia del jazz– y la pandemia –refugios del jazz. Ninguna expresión jazzística ha sido tan abstracta al grado de no estar, de algún u otro modo, impactada por el contexto en el que buscó desarrollarse. En ese sentido, la historia reciente del jazz argentino no puede leerse al margen de la historia de todos nosotros como sociedad.
“El jazz de los noventa mira hacia atrás”, escribió Eric Hobsbawm hace 25 años. Citado por Ríos, la referencia es oportuna: tal vez la mejor prueba de la vitalidad que en nuestro país ha cobrado la música de tradición afroamericana sea el hecho de que aquella aguda observación del gran historiador inglés no representa el ethos del jazz de hoy.