Sobre el final del año, el aficionado al jazz, tan apasionado por escuchar música como por leer sobre ella, vio cumplido un deseo largamente postergado. La reciente edición del libro “Gato Barbieri. Un sonido para el Tercer Mundo”, de Sergio Pujol, editado por Planeta; vino a llenar un vacío que hasta aquí resultaba inexplicable, para constituirse en el texto definitivo sobre el entrañable rosarino.
Cuántas vidas tienen un gato. Cuántas vidas tuvo el Gato. Cuantas veces se lo dio por terminado. Cuántas otras, renació. Vida de novela la de este Leandro José Barbieri. Desde una modesta infancia rosarina, hasta su reconocimiento internacional. Desde la historia central del free jazz y la vanguardia hasta la música que lo hermanó para siempre con Marlon Brando y una película controvertida e imposible de ignorar. Desde el corazón del jazz hasta una música de menor compromiso, que marcó como un estigma sus últimos años y signó su decadencia.
Que mejor entonces que un trazo novelístico para contar una vida de novela. Una novela de hechos reales. En la mejor tradición de Gay Talese o Joan Didion. Pero contada y analizada desde acá. Tarea de filos riesgosos si los hay. Donde la admiración o el gusto personal, pueden desteñir el lienzo de una vida tan sinuosa y discutible como cualquier otra vida. Y a ese riesgo se lanza sin excusas Pujol. Y lo hace entregando un texto bello y preciso. Un viaje apasionante, documentado hasta la obsesión. Con una prosa cuidada y un análisis riguroso. De esos que intentan comprender una vida sin juzgarla.
El camino tiene un principio. Donde Pujol reconstruye al detalle la infancia y adolescencia rosarina del Gato, lo que se presume como su tarea más difícil. Destacan aquí los testimonios de primera mano de su hermana Raquel y la búsqueda de archivo que permite recuperar la mirada de Rubén, el hermano mayor, fallecido en marzo de 2006.
Luego la llegada a Buenos Aires, donde el Gato se inserta con talento y singularidad en la vida musical porteña. Un tramo que por estos días y por esas vueltas del destino, puede ser musicalizado con el rescate de una grabación tomada en el Club Jamaica en 1961 y ahora editada por el sello RP. Allí el Gato, pronto a partir a Europa, protagoniza una noche de esas que perduran en la memoria emotiva. Con Baby López Fürst, el “Negro” González y Tony Harris; con versiones de Impressions, de John Coltrane; el standard What is This Thing Called Love? o el himno monkiano Round Midnight.
Promediando el texto, Pujol entrega detalles poco conocidos del viaje del Gato a Italia, con el rol protagónico de su pareja Michelle. La inserción del rosarino en el ambiente jazzero europeo y las primeras tocadas con Don Cherry y Ted Curson, generan una consideración creciente que, según la crítica de entonces, lo iguala a figuras como el saxo de Chicago Johnny Griffin. “En solo dos años, dice Pujol, Gato pasó de ser un argentino buscando su lugar en el jazz italiano a un intérprete de avanzada que muchos querían tener en sus filas”.
Esa posición, envidiable para muchos, traía aparejado además un riesgo que el autor define preciso. El de quedar encerrado en la escena musical europea sin posibilidades de integrarse a las “grandes ligas” estadounidense, algo así como el olimpo del jazz para los músicos en aquellos años.
Hacia finales de 1966, narra Pujol, el Gato viaja a Nueva York para ser parte de Symphony for Improvers, el nuevo disco de Don Cherry, que integraba a la crema del free: el saxo Pharoah Sanders (discípulo y protegido de Coltrane), Karl Berger en piano y vibráfono, y el batero Ed Blackwell, quien venía de integrar uno de los dos combos del icónico registro Free Jazz: A Collective Improvisation, de Ornette Coleman, junto con. Eric Dolphy, Freddie Hubbard y Charlie Haden. En esa compañía andaba sigiloso el Gato rosarino.
Luego, la sucesión de discos memorables, los que atesoran los aficionados, mezcla de nostalgia y real valoración. The Third World, El pampero, Bolivia, la notoriedad internacional con El último tango en Paris, la colisión con Astor Piazzolla, y la envidiable seguidilla de obras singulares, de esas que el tiempo no destiñe: Los tres Chapter editados por Impulse, el sello de Bob Thiele, con los que edificó su personal mirada tercermundista, alejada de los parámetros conocidos del latin jazz de inspiración caribeña.
Siguieron entonces los cuatro discos que en tres años editó para A&M, bajo la batuta de Herb Alpert y Jerry Moss. Otro distanciamiento, pero esta vez de sí mismo, en una etapa, diferente pero aún creativa. Para entonces, remarca Pujol, el Gato “se había convertido en una figura central, uno de los saxofonistas más importantes del mundo, a la altura de Sonny Rollins, Stan Getz y Zoot Zims” y entonces su nombre “dejó de ser un dato exquisito entre expertos”.
Después, los años tristes. La muerte de Michelle, el silencio y un casi retiro y otro regreso. La enfermedad. Los años que cobran su factura. El periodo que los aficionados nunca hubieran querido ver y del que sin embargo Pujol rescata las perlas perdidas, asumiendo una mirada que no busca sino la comprensión más humana. “Si hubiera seguido tocando free hoy sería un músico secreto” dice su biógrafo.
Difícil entonces no plantear un deseo imposible. ¿Qué diría hoy el Gato si hubiera leído el libro de Pujol? ¿Expresaría su sentir con palabras? Esas que no le nacían con la fluidez necesaria. O quizás hubiera deslizado un guiño cómplice. Un sutil reconocimiento. Para luego tomar el saxo y descargar agradecido, un torrente de notas como cuchillos. Desgarradas y sublimes. Como aquellas que supo regalarle al mundo. Como las que hoy volvemos escuchar como fondo, mientras nos sumergimos en la vastedad de este libro singular e imprescindible.
Sergio Pujol. Gato Barbieri. Un sonido para el Tercer Mundo. Editorial Planeta. 382 pg. 1ra edición noviembre 2022.